24 de agosto de 2013

Síndrome de la isla de Gilligan



La isla de Gilligan fue una serie televisiva de los años sesenta en la que un grupo heterogéneo de personas integrado por una pareja de millonarios septuagenarios, una estrella de cine, un profesor sabiondo y una estudiante boba, se embarcan en un diminuto botecito pilotado por el Capitán y su asistente, Gilligan, para dar una pequeña excursión dominguera. Pero una furiosa tormenta los sorprende en medio del paseo. El bote va a la deriva y por fin naufraga en una isla desierta del pacífico.

Pasan los años, los excursionistas se instalan en la isla pero, de manera curiosa, el modo en que han reorganizado su vida y la supervivencia en su aislamiento, reproduce de manera inútil y ridícula el orden y jerarquías sociales a las cuales pertenecían en su contexto urbano: los millonarios viven en una choza lujosa y exhiben dinero que nadie sabe de dónde sacan y que nunca se acaba porque no puede comprar nada; la estrella viste glamorosos vestidos de gala y derrocha habilidades seductoras dirigidas a nadie; el profe ceremonioso se pasa el día dictando cátedra; etc.



El periodista mexicano Jaime Avilés usó en los noventa el término Síndrome de la isla de Gilligan para referirse a la incapacidad de las elites intelectuales, científicas, deportivas o artísticas de cualquier país, para crear modelos de organización alternativos y principalmente eficaces. Estas élites que se supone son motor de transformación y perfeccionamiento de la sociedad, en ocasiones no hacen sino reproducir mecánicamente, una y otra vez, como si fuera una condena, los inoperantes modelos autoritarios, disfuncionales y en ocasiones, corruptos, que dominan la estructura política y social de su país.


La jerarquía y orden social ni se crea ni se transforma. Simplemente cambia de personas y lugar. 


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